martes, 21 de febrero de 2012

Fotos


Albúmina española (colección particular de Vilma Santillán)


 
El 11 de diciembre del año pasado la revista dominical del diario La Nación publicó un artículo escrito por el actor y escritor argentino Enrique Pinti titulado Fotos. Dado que trata sobre el cambio tecnológico que ha sufrido el arte fotográfico a partir de la introducción de la tecnología digital a distintos aparatos que hoy nos acompañan diariamente y su relación con el recuerdo y la memoria individual y colectiva, me pareció interesante compartirlo con todos aquellos que no han tenido la oportunidad de leerlo en su momento.

“Por alguna extraña razón no tengo registro fotográfico de mi persona entre los catorce y los veinte años, cosa rarísima porque mi familia siempre fue bastante obsesiva con las fotos. Teníamos un ataque documentalista y mi padre ponía al pie de cada imagen la fecha, el año y el acontecimiento. Desde la primera entrada al cine Baby (hoy teatro Ateneo) para una sección de dibujos animados y cortos de Chaplin, hasta el primer día de clases con guardapolvo y una cara de traste por el madrugón (la mañana siempre fue conflictiva para este gordito dormilón), pasando por cumpleaños, casamientos, reuniones varias y hasta una foto de familia en la sala de nuestra casa, fechada en 1942, mi evolución física quedó inmortalizada en una enorme cantidad de fotos en blanco y negro que engrosaron varios volúmenes de álbumes. Veraneos en Mar del Plata, hasta el año 1944. Luego hubo vaivenes económicos que no permitieron gastos superfluos; en esas épocas a nadie se le ocurría endeudarse por una semana de vacaciones, se gastaba cuando había y cuando no había no se gastaba a cuenta, así de simple. La rigurosa foto de primeros pantalones largos a los trece, la del ingreso al secundario y después se acabaron las fotos. A mi familia se le pasó al furia fotográfica, quizá porque la edad del pavo no resultaba tan atractiva como la del bebé con el culito al aire recostado en almohadones o la del nene disfrazado año tras año de pollito, holandés, mexicano, gaucho, cadete, pirata o zorro, ¡vaya uno a saber!

Quizá también coincidía con esa etapa turbulenta del paso de la pubertad a la adolescencia con cambios físicos y desórdenes glandulares, deseos nuevos, represiones viejas, forúnculos y granitos inoportunos, algo de acné, odio a las malditas materias de un bachillerato con un poquito de todo y nada de nada, enfrentamientos con padres, profesores, preceptores y aquella amenaza de mi época de que llegaría a los veinte con la puta colimba vaya a saber en qué lejano rincón de la patria. Fuera por lo que fuere, no tengo fotos de esos momentos que no fueron sólo conflictivos, sino que también significaron la concreción de sueños como el hecho de comenzar en el teatro.

¿Por qué no tengo registro de mis primeros pasos en un escenario? Quizá los tuve y las tinieblas de la memoria luego de tantos años me los hicieron olvidar y sucesivas mudanzas lograron extraviarlos. No sé, sólo puedo recuperar mi imagen en amarillentas fotos del año ’59 al representar en el inolvidable Nuevo Teatro, dirigido por Alejandra Boero y Pedro Asquini, El burgués gentilohombre de Molière, obra que por una hermosa vuelta del destino representé hasta el mes pasado en el Teatro San Martín y, debo decir, de ésta tengo cientos de fotos. Es que hoy la foto no es aquella ceremonia familiar con rollo, revelado y álbum para el recuerdo; en estos tiempos cada ciudadano se ha convertido en fotógrafo profesional y con sus celulares registran cuanta cosa se les cruce. Desde famosos a la salida de los teatros y canales de televisión hasta perros haciendo sus necesidades, pasando por romances fugaces, relaciones sexuales propias y ajenas y tirada de arroz en la puerta de algún registro civil.

Mucha gente no sabe manejar el telefonito y no aciertan con botones y focos, pero eso no los amilana en lo más mínimo y siguen registrando imágenes. Lo que no se sabe es a dónde van a parar esas fotos. Muchas veces se borran, otras están en discos y se proyectan de vez en cuando en el DVD familiar, pero para el dinosaurio que esto firma nada puede reemplazar a la foto impresa guardada celosamente en cajas, archivos caseros o el viejo y querido álbum. Las fotos impresas pueden deteriorarse, perderse en mudanzas como puede haberme pasado con las imágenes de mi adolescencia, pero tienen el encanto de lo intangible, de lo que nos hace jóvenes para siempre con mucho más sentido y autenticidad que dudosas cirugías y Photoshop al borde del ridículo. Ya sabemos que muchas veces decimos ¡quemá esas fotos! Por muchos motivos, por muchas negaciones y por muchas personas que nos dañaron, nos defraudaron y que ahí están, abrazados a nosotros con sonrisas engañadoras. O también queremos quemarlas porque nos recuerdan qué jóvenes éramos y qué brillo en la mirada ostentábamos. Por lo que sea, yo prefiero la vieja y querida foto impresa.”

© Enrique Pinti

[+ info en: www.lanacion.com.ar ]

lunes, 13 de febrero de 2012

La fotografía y la iluminación: un diálogo de la luz intermedia




© Mauricio Rinaldi

Como sabemos, la palabra “fotografía” se compone de dos raíces griegas: photos (luz) y graphos (trazo/dibujo), de manera que su significado sería un dibujo de luz. Y es eso precisamente de lo que se trata: de lograr una imagen a partir de un esquema de luces que se capta mediante el objetivo de la cámara y se fija sobre una superficie interior de la misma (película o chip). Pero, para que esto sea posible, debe haber luz en el exterior de la cámara. Parece evidente, pero no siempre se piensa en lo que es más evidente. En efecto, el fotógrafo es ese artista que sabe observar el juego de luces dado en un espacio. Observa las sombras que producen los volúmenes, las intensidades que dan zonas de diferentes claridades, los colores de la luz que modifican los colores de los objetos, etc. Así, el fotógrafo sabe cuándo una escena es digna de ser fotografiada o cuándo no merece que se le destine un disparo. Su ojo evalúa las posibilidades plásticas de lo que ve y decide el carácter de la imagen definiendo apertura de diafragma, tiempo de exposición, encuadre, plano, ángulo de toma, etc.

Pero, si bien es cierto que el fotógrafo sabe cómo manipular los elementos visuales que observa, también es verdad que la luz puede ser manipulada para lograr que el espacio iluminado adquiera un carácter determinado. Esto nos pone frente a otra figura paralela a la del fotógrafo: la del iluminador, es decir, ese artista que manipula las características de la luz para obtener un resultado visual a partir de un espacio. El iluminador elige así las posiciones de las luces que generan sombras, sus intensidades para definir centros de interés, sus colores que aportan emociones, sus difusiones y sus aperturas. De esta manera, una buena imagen se obtendrá iluminando adecuadamente la escena y luego observando lo que permite hacer a la cámara.

Una idea se me ocurre entonces: el fotógrafo y el iluminador hacen lo mismo, pero al revés. El fotógrafo toma la luz que hay en un espacio y la introduce en una caja. El iluminador coloca luz en una caja y la proyecta hacia el espacio. De esta manera, la imagen se logra por un doble aspecto: poner luz en una caja (la luminaria) para proyectarla hacia el espacio logrando un carácter del mismo, y luego tomar esa luz introduciéndola en otra caja (la cámara) para fijar ese resultado visual. Así, es la luz la que interviene como sustancia intermedia entre dos dispositivos: la luminaria que devela el espacio y la cámara que la capta.